8 de octubre de 2013

Capítulo 1 de L.A.D.A

LAS ALAS DEL AMOR

Capítulo 1


Lo estoy perdiendo y no me puedo creer que sea por culpa mía, por no haberme callado ahora él es de piedra y mis alas corren el peligro de desaparecer. Ahora mi misión es arreglarlo todo antes del quinto amanecer y así nuestras alas volverán a batirse a la par…

Unos meses antes...

Aparentemente era un día normal, el café de Ariadne la esperaba enfriándose en su mesita, junto a su cama. Pero ella lo único que esperaba era que fueran las cinco en punto para poder hacer lo que más le gustaba; ir al puerto, observar la naturaleza y dibujar todo aquello que le parecía interesante, pero esa tarde encontraría algo tan interesante que le cambiaría la vida para siempre.

- ¡Mamá! Ya es la hora, me voy – decía mientras bajaba las escaleras.
- Cariño ten cuidado, ya sabes que no me gusta que vayas sola.
- Te recuerdo que ya no tengo cinco años, sino diecisiete y que el puerto está al lado de casa.
- Lo sé perfectamente pero, ¿por qué no vas con alguna amiga?
- Ya sabes que me gusta ir sola disfrutar del ambiente y poder dibujar sin que me molesten.
- Bueno hija como quieras, pero si pasa algo ya sabes que hacer.
- Te quiero mamá.


Bajó las escaleras casi de dos en dos, abrió la puerta y dio una gran bocanada de aire fresco. Se puso los auriculares y subió el volumen, comenzó a caminar pero tenía tanta impaciencia que decidió correr.

Al cabo de unos minutos llegó al puerto y como siempre su querido banco estaba libre, a Ariadne le gustaba pensar que era porque estaba reservado para ella. Se dedicó por un momento a observar a su alrededor pero no encontraba nada que poder dibujar. De repente algo se cruzó en su mirada y se quedó tan obnubilada que no tardó ni medio minuto en sacar su libreta y comenzar a dibujar. Media hora después ya había acabado y se acababa de dar cuenta de un detalle: era la mejor disimulando, después de dibujar a aquel que posaba para ella inconscientemente, no se había dado cuenta de que Ariadne estaba haciendo una obra de arte de él.

De repente sintió un fuerte dolor en la espalda lo que la obligó a tumbarse en el banco, era algo inexplicable porque hacía unos segundos estaba sin ningún síntoma de molestia. A los pocos minutos se le pasó pero no sin dejarle un buen susto y un mal sabor de boca.

Tan pronto como pudo incorporarse levantó la mirada para ver si su modelo estaría aun ahí pero desafortunadamente se había ido. No se puso triste pero se prometió a si misma volver todos los días hasta que pudiera compartir unas palabras con él.

Como ya no tenía ningún interés en seguir en el puerto decidió volver a su casa, aunque antes quería pasar por alguna tienda de dulces para regalarse algún capricho.

- Perdona, ¿tienes grajeas?
- Claro, las tienes al fondo a la izquierda.
- Muchas gracias.

Tras las indicaciones de la dependienta fue a cogerse una bolsa de grajeas, después meter tantas como le apetecían le hizo un nudo a la bolsa y se dirigió a pagar. Salió de la tienda y enseguida escondió la bolsa porque si la veía su madre se llevaría una pequeña bronca.

No tardó ni tres minutos en llegar a su casa, donde la esperaba su madre.

- Mamá, ya he vuelto – decía mientras cerraba la puerta.
- Muy bien hija, ven un momento a la cocina.
- Voy.
- Cariño. ¿qué te apetece para cenar?
- Ahora mismo nada, sólo me apetece leer el libro de la abuela e irme a dormir.
- Está bien, pero si tienes hambre avísame y te prepararé cualquier cosa.
- Gracias mamá, buenas noches.
- Buenas noches cariño.

Después de despedirse fue directa a su habitación y sin pensarlo sacó su dibujo y lo guardó en su mesita para poder verlo cuando se levantara. Cuando ya lo había guardado se dirigió a ponerse el pijama y meterse a la cama a leer.

Mis memorias para ti, así se titulaba el libro que Isabel le regaló a Ariadne unos meses antes de morir. Cada vez que leía una página notaba como si su abuela estuviera a su lado y se lo leyera ella misma.

    - El miedo es un sentimiento, no puede matarte -
    - Buenas noches abuela.
Después de despedirse apagó la luz y tras cinco minutos de calentar la cama se quedó dormida.

Los rayos del sol inundaban la habitación de Ariadne lo que provocó que sus ojos se abrieran y le interrumpieran sus sueños. Nada mas levantarse el olor del café la hizo sonreír, en seguida se lo bebió y fue a saludar a su madre.

- ¡Buenos días mamá!
- Buenos días cariño.
    - Mamá, ¿cuándo volverán Leo y papá?
    - Se supone que dentro de dos semanas ya estarán aquí.
    - Estoy impaciente, tengo tantas cosas que hablar con Leo...
    - ¿Y por qué no las hablas conmigo?
    - Mamá, son cosas de hermanos.
    - De acuerdo, pero no te olvides de que hoy te toca limpiar tu habitación; tu decidiste instalarte en el desván y hacer de él tu habitación, así que tu te lo limpias y te lo arreglas.
    - Vale mamá ahora voy.

    Después de esa conversación se dirigió a su desván y tras dos largas horas se tumbó en su cama y miró su mesita. Inconscientemente se le escapó una sonrisilla, no se acordaba de que había puesto ahí el dibujo y al verlo un hormigueo le recorrió el cuerpo. Después volvió el dolor de espalda y unos instantes más tarde se le pasó. Bajó las escaleras corriendo y fue a preguntarle a su madre si era normal, pero su reacción no era la que esperaba, tan solo le dijo que se calmara y que no tuviera pájaros en la cabeza. Ariadne no entendía la respuesta, no tenia sentido, ¿qué tenía que ver el dolor de espalda con los pájaros en la cabeza? Sin la respuesta que esperaba, volvió a su cuarto para comer allí, necesitaba un tiempo para pensar y procesar lo que había pasado.
    Llegaba la hora y Ariadne no podía evitar arreglarse para la ocasión, comprobó en su espejo que todo estaba bien y después cogió su maletín y despidiéndose bajó las escaleras y salió a la calle. Casi sin darse cuenta llegó a su banco y se sentó a esperar, después de veinte minutos creía que había perdido la esperanza pero de pronto y con paso lento él llegó a su destino. Ariadne empezaba a pensar que si aquel chico tendría el mismo amor por el puerto que ella, pero no era lo único que pensaba, también le recorría la duda de cuál sería su nombre y no paraba de pensar en nombres que le podrían ir bien.

    De pronto vio algo que la hizo enrabietarse un poco, una chica se acercaba a él y por el gesto no traía buenas noticias. Efectivamente, empezaron una discusión pero su vista no llegaba para poder leer sus labios. De repente la chica se marchó y Ariadne vio la ocasión perfecta para acercarse a él e intentar consolarlo un poco.

    - Hola, perdona, no suelo hacer esto pero un impulso me ha traído hasta a ti y no he podido evitar venir y preguntarte que si estás bien.
    - Ah, hola. Sí, la verdad es que no es lo común, pero ya que estás aquí... estoy bien, ¿y tú?
- Bien, bien, gracias. Bueno, sé que no nos conocernos y tal vez pienses que estoy loca, pero ayer cuando viniste al puerto te dibujé.
-¿Cómo? Espera ¿me dibujaste ayer? No serás una de esos pintores que te dibujan por la calle y luego te piden el dinero por haberte dibujado, porque si es así no te voy a pagar.
- No no, es que... Mira, te voy a ser sincera, tienes algo en tu alma que te hace especial, lo que ha hecho que me fije en ti y te dibuje.
- Mmm, y ¿eres buena dibujando?
- Hombre, mi familia piensa que si, pero yo creo que no soy tan buena como dicen.
- Eso tengo que verlo yo – el chico se paró un momento a pensar – Hagamos un trato: tú me enseñas el dibujo y yo te perdono, ¿vale?
- Genial, si quieres mañana podemos quedar aquí y te lo traigo.
- A ver, mañana no puedo, pero si quieres te doy mi número y te llamaré inesperadamente.
- Pero, ¿cómo me vas a llamar si no te he dado mi número?
- Ahí está la cosa, tú me harás una perdida y yo me guardaré tu número. Si te parece bien, claro...

Ese chico tenía algo diferente, así que encantada aceptó para ver que pasaba.

- Tengo que preguntarte algo muy importante.
- Dime.
- ¿Cómo te llamas?- Preguntó Ariadne mientras sonreía.
- Si me das un papel te escribo mi nombre y te doy mi número.
-Claro.

Ariadne sacó una libreta pequeña de color verde claro con el dibujo de una manzana en la portada y junto a un lápiz se la prestó a aquel chico. Mientras él escribía, ella se quedó mirando fijamente sus ojos, que al parecer eran verdes con pigmentos marrones. Al momento pensó que le quedaba muy bien con su pelo rubio, o más bien dorado, como los ángeles.

- Ya está, ahora te voy a pedir yo dos cosas. La primera es que no verás mi nombre hasta que llegues a casa. Y la segunda es que... ¿Me darías el gusto de decirme tu nombre?

Ariadne se quedó pensando. Ella también se lo había preguntado y él le acababa de decir que no lo iba a saber hasta que llegara a su casa. Pero, se lo había pedido de una forma tan romántica, que no podía decir que no.

- Claro, me llamo Ariadne.
-Precioso – le dijo seguido de un beso en la mejilla.

En aquel mismo instante en el que los labios de aquel chico y la mejilla de Ariadne se rozaron, una estrella fugaz pasó por encima de los dos. Y aunque sólo lo vio Ariadne, los dos pidieron el mismo deseo: que el uno fuera del otro. Cuando separó sus labios de ella, Ariadne se retorció de dolor, cayendo así en sus brazos.

    Él sin pensárselo la cogió.

- ¡Ariadne! ¿Estás bien?
- Sí, es que desde hace unos días tengo un dolor muy fuerte en la espalda, pero aún no comprendo por que es, nunca me había pasado.
- Y...¿Dices que es un dolor muy fuerte?
- Sí, ¿Por qué?
- No, por nada.
    - Bueno vale, y aunque haya sido en unas circunstancias extrañas, encantada de conocerte.
    - Igualmente Ariadne. Es un placer estar contigo pero me tengo que marchar ya. Hasta otro día.
    - Adiós, hasta pronto.

    Después de despedirse, Ariadne se quedó durante un buen rato anonadada, había algo que le había obligado a pensar y recordar toda la conversación que había tenido con el misterioso chico. En la conversación hubo algo raro, cuando él le preguntó si el dolor era fuerte, la expresión de su cara le resultó familiar, igual que cuando habló con su madre. Le dio una extraña contestación y además le cambió la cara igual que a él,le pareció muy raro pero decidió volver a casa y no pasar más frío ya que en el puerto había mas humedad.

    Cuando llegó a casa lo primero que hizo fue ir a su habitación e impacientemente abrió el papel para meter el número en su móvil y hacerle una perdida. De pronto un gesto de sorpresa inundó su cara, su nombre no era nada común y le pareció, a parte de misterioso, curioso y perfecto para él. En aquel papel ponía Noah. Era la segunda vez que oía ese nombre en un chico, la primera la leyó en una bonita historia de amor, aún así se le seguía haciendo raro oírlo para chico. Después de hacerse tantas preguntas metió el número en el móvil y llamó, aunque no sabía que hacer; llamarle y fingir que no se había dado cuenta de que tenía que ser una perdida y poder escuchar su voz o colgar cuando comprobara que era el tiempo suficiente de una perdida. Finalmente optó por la segunda opción, pensó que sería más agradable recibir la llamada inesperada y llevarse así una gran alegría.

    Después de una tarde tan ajetreada fue a darse un baño utilizando esos aceites que hacían que su piel se pusiera suave y además con olor a vainilla. Como era una amante de los baños, se tiró una hora de relax con su música de ambiente, hasta que llegó su madre y se apresuró en salir, a su madre no le gustaba que hiciera tanto gasto en agua.

    Rápidamente fue a su habitación a ponerse su pijama de cuadros escoceses. Bajó a la cocina a cogerse fruta para cenar y descubrió que su madre se había quedado dormida en el salón, con mucho cuidado para no despertarla le dio un beso en la mejilla y después cogió un par manzanas rojas y subió a la habitación.

    Cuando le iba a dar el primer mordisco a la manzana de repente su teléfono comenzó a vibrar, y sin pensarlo se abalanzó sobre él. Tecleó hasta la bandeja de entrada y abrió el mensaje:

    - ¡¡Ariadne!! Oye hace tiempo que no pasamos un día-noche de amigas, ¿te apetece venirte mañana a casa a dormir? Besos de tu Pitusa P.D.: Quedamos a las nueve y media :) -

    No era lo que ella esperaba pero aún así se puso contenta de que aunque ella era poco sociable su pequeña Pitusa la comprendía y siempre que podía contaba con ella para todo. No tardó nada en contestarle y en decirle que por supuesto que iba a ir a su casa. Después del pequeño sobresalto se acabó de comer las manzanas y se metió a la cama para descansar y coger fuerzas para el día siguiente.

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